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“Este Año Santo Extraordinario es también un don de gracia y será un año para crecer en la convicción de la Misericordia”  Papa Francisco

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En una mañana un poco nublada y con una tenue brisa, el 8 de diciembre de 2015, el papa Francisco presidió una solemne Eucaristía con motivo de la Fiesta de la…

Al iniciar la Santa Misa con el rito de incensación en el altar, que expresa reverencia y oración, el papa Francisco incensó también el icono de Nuestra Señora Madre de la Misericordia, “llena de gracia” y “portera del cielo” que nos conduce a Jesús en este Jubileo para ser transformados por su infinita misericordia.

Solemnidad de la Inmaculada Concepción

El papa Francisco en su homilía nos invita a ejemplo de la Virgen, a recibir la plenitud de la gracia que puede transformar el corazón y lo hace capaz de realizar un acto tan grande que puede cambiar la historia de la humanidad; así mismo explicó que “La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios. Él no es sólo quien perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva”.

Continuó refiriéndose a la primera lectura del Génesis (3,9 -15, 20) palabras que se pueden aplicar en el diario vivir “donde siempre existe la tentación de la desobediencia, que se expresa en el deseo de organizar nuestra vida independientemente de la voluntad de Dios. Es esta la enemistad que insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios. Y, sin embargo, la historia del pecado solamente se puede comprender a la luz del amor que perdona. Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo integra todo en la misericordia del Padre. La palabra de Dios que hemos escuchado no deja lugar a dudas a este propósito. La Virgen Inmaculada es ante nosotros testigo privilegiada de esta promesa y de su cumplimiento”.  

 La Puerta Santa

El papa Francisco habló del significado de atravesar la Puerta Santa y la necesidad de entender que el juicio de Dios siempre será iluminado por su Misericordia:  “Este Año Santo Extraordinario es también un don de gracia. Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. Será un año para crecer en la convicción de la misericordia… Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de este misterio de amor. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo”.

Concilio Vaticano II

También recordó la celebración de los cincuenta años, de los Padres del Concilio Vaticano II, que además de la gran riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe, para el papa Francisco “En primer lugar, el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo...; dondequiera que haya una persona, allí está llamada la Iglesia a ir para llevar la alegría del Evangelio. Un impulso misionero, por lo tanto, que después de estas décadas seguimos retomando con la misma fuerza y el mismo entusiasmo. El jubileo nos provoca esta apertura”.

Finalmente el Sumo Pontífice en la homilía exhortó a “no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano, como recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del concilio. Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano”.

En las peticiones se pidió la intercesión de la Santísima Virgen María como Madre de la Verdad y de la Misericordia, entre éstas se oró por los gobernantes, por los no creyentes, por los misioneros y los confesores. 

Para el Ofertorio el papa Francisco había pedido dos familias que llevaran las ofrendas al altar, la primera familia fue una pareja de esposos con sus dos pequeños hijos y la segunda fue una pareja de esposos con el cuarto hijo en los brazos de su madre; representación de las familias como santuarios de la vida y del primer lugar como Iglesia doméstica para vivir la misericordia de Dios.

Solemne Rito de Apertura Puerta Santa

Después de la Comunión, con el Himno oficial del Año de la Misericordia, pasaron en procesión los concelebrantes hacia la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro y posteriormente el papa Francisco quien saludó al papa emérito Benedicto XVI, quien fue el primero en entrar por la Puerta Santa después del Papa Bergoglio.

El papa Francisco en su oración abriendo el Año de Gracia,oró diciendo ¡Interceda por nosotros la Virgen Inmaculada! con la alegría del Evangelio y pidiendo a Dios, que conceda «a todos los que cruzarán la Puerta de la Misericordia con el corazón arrepentido, renovado empeño y filial confianza», que experimenten su «ternura paternal y que reciban la gracia del perdón para testimoniar, con palabras y obras, el rostro de la misericordia, Jesucristo nuestro Señor».

El Santo Padre se detuvo en oración en el umbral, para luego, acompañado por el canto del Te Deum entrar a través de ella y llegar hasta la Tumba del Apóstol Pedro, el Altar de la Confesión, donde estaba una Cruz y al lado la imagen de la Virgen María con el Niño Jesús en sus brazos.   En este momento, a diferencia de otras procesiones donde se queda al final, el papa Francisco encabezó la procesión hasta la tumba del Apóstol Pedro para el rito final de la Santa Misa; lo siguieron cardenales, obispos, sacerdotes, seminaristas, religiosos, religiosas y laicos que cruzaron la Puerta Santa, una procesión solemne, representando el pueblo que camina en la presencia de Dios, quien acoge a todo aquel que le abre su corazón para que Él entre y habite en su vida.

Oración del Papa Francisco ante la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro:

«Oremos Oh Dios, que revelas tu omnipotencia

sobre todo con la misericordia y el perdón,

dónanos vivir un año de gracia,

tiempo propicio para amarte a Ti y a los hermanos

en la alegría del Evangelio.

Sigue derramandomk sobre nosotros tu Santo Espíritu,

para que no nos cansemos de dirigir con confianza

la mirada a aquel que hemos traspasado,

a tu Hijo hecho hombre,

rostro resplandeciente de tu infinita misericordia,

refugio seguro para todos nosotros pecadores,

belleza que no conoce ocaso,

alegría perfecta en la vida sin fin.

Interceda por nosotros la Virgen Inmaculada,

primer y resplandeciente fruto de la victoria pascual,

aurora luminosa de los cielos nuevos y de la tierra nueva,

meta feliz de nuestra peregrinación terrenal.

A ti, Padre Santo,

a tu Hijo, nuestro Redentor,

al Espíritu Santo, el Consolador,

todo honor y gloria en los siglos de los siglos».

Aunque el Año de la Misericordia se inició oficialmente hoy 8 de diciembre, el papa Francisco en esta celebración también recordó que abrió la Puerta Santa de la Catedral de Bangui como “la capital espiritual del mundo”, un importante gesto para alentar la paz. Es la primera vez que un Pontífice realiza este gesto fuera de Roma y en un templo distinto a las basílicas papales de la Ciudad Eterna.

Este es el primer Año Jubilar Extraordinario desde el gran Jubileo del año 2000 durante el papado del Juan Pablo II,  el Año Santo se celebrará en todo el mundo desde hoy 8 de diciembre de 2015 hasta el próximo 20 de noviembre de 2016, en la Fiesta de Cristo Rey.

A continuación, vea el texto completo de la homilía:

Hermanos y hermanas,

En breve tendré la alegría de abrir la Puerta Santa de la Misericordia. Cumplimos este gesto –como lo he hecho en Bangui– tan sencillo como fuertemente simbólico, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, y que pone en primer plano el primado de la gracia. En efecto, lo que se repite más veces en estas lecturas evoca aquella expresión que el ángel Gabriel dirigió a una joven muchacha, sorprendida y turbada, indicando el misterio que la envolvería: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1,28).

La Virgen María es llamada en primer lugar a regocijarse por todo lo que el Señor ha hecho en ella. La gracia de Dios la ha envuelto, haciéndola digna de convertirse en la madre de Cristo. Cuando Gabriel entra en su casa, hasta el misterio más profundo, que va más más allá de la capacidad de la razón, se convierte para ella un motivo de alegría, de fe y de abandono a la palabra que se revela. La plenitud de la gracia puede transformar el corazón, y lo hace capaz de realizar un acto tan grande que puede cambiar la historia de la humanidad.

La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios. Él no es sólo quien perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva. El inicio de la historia del pecado en el Jardín del Edén se resuelve en el proyecto de un amor que salva. Las palabras del Génesis llevan a la experiencia cotidiana que descubrimos en nuestra existencia personal. Siempre existe la tentación de la desobediencia, que se expresa en el deseo de organizar nuestra vida independientemente de la voluntad de Dios. Es esta la enemistad que insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios. Y, sin embargo, la historia del pecado solamente se puede comprender a la luz del amor que perdona. Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo integra todo en la misericordia del Padre. La palabra de Dios que hemos escuchado no deja lugar a dudas a este propósito. La Virgen Inmaculada es ante nosotros testigo privilegiada de esta promesa y de su cumplimiento.

Este Año Santo Extraordinario es también un don de gracia. Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. Será un año para crecer en la convicción de la misericordia. Cuánta ofensa se le hace a Dios y a su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia (cf. san Agustín, De praedestinatione sanctorum 12, 24) Sí, es precisamente así. Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia. Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de este misterio de amor. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo.

Hoy cruzando la Puerta Santa queremos también recordar otra puerta que, hace cincuenta años, los Padres del Concilio Vaticano II abrieron hacia el mundo. Esta fecha no puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. En primer lugar, sin embargo, el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo...; dondequiera que haya una persona, allí está llamada la Iglesia a ir para llevar la alegría del Evangelio. Un impulso misionero, por lo tanto, que después de estas décadas seguimos retomando con la misma fuerza y el mismo entusiasmo. El jubileo nos provoca esta apertura y nos obliga a no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano, como recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del concilio. Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano.